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Los libros favoritos de Gabriel García Márquez

  • Alejandro Campos
  • 15 feb 2016
  • 4 Min. de lectura

Uno puede hablar mucho del gran escritor latinoamericano, Gabriel García Márquez, quien con su narrativa cautivó al mundo con historias de su natal Colombia, con las que toda Latinoamérica se presentó ante el mundo. Sin embargo, en su autobiografía, Vivir para contarla, publicada en 2002, el colombiano brinda detalles sobre su vida que atrapan en el lector en un viaje al pasado. En un valioso ejercicio narrativo con los detalles de la infancia y adolescencia que determinaron la vida del Nobel, apreciamos las facetas más desconocidas del escritor, los momentos clave de su vida, las personas más apreciadas por Gabo y también aquellos libros que marcaron su desarrollo literario.



Así como García Márquez le temía a volar ante la posibilidad de que el avión se desplomara, el colombiano gustaba de leer a los grandes de la literatura, de dejarse llevar por las recomendaciones literarias de sus amigos y de aprovechar cada instante de su día para tomar un libro entre sus manos. Fue así como con el paso de los años conoció las obras relevantes dentro del mundo de la literatura, mismas que definieron sus intereses, su estilo narrativo y la genialidad para contar historias. A lo largo de su autobiografía, Gabo menciona algunos de los libros que marcaron su vida, en algunos casos especificando los detalles detrás de sus intereses y en otros, tan sólo mencionando títulos.


La sinceridad del colombiano y la elegante manera de compartirnos los detalles íntimos de su vida, permiten que sus asiduos lectores encuentren en Gabo la figura de un escritor de talla completa. Te compartimos algunos de los libros que el escritor menciona en su autobiografía y el fragmento que da cuenta de su importancia dentro de la vida del colombiano.


Ulysses

James Joyce

“Jorge Álvaro Espinosa, un estudiante de derecho que me había enseñado a navegar en la Biblia y me hizo aprender de memoria los nombres completos de los contertulios de Job, me puso un día sobre la mesa un mamotreto sobrecogedor, y sentenció con su autoridad de obispo:


–Esta es la otra Biblia


Éra, cómo no, el Ulises de James Joyce, que leía a pedazos y tropezones hasta que la paciencia no me dio para más. Fue una temeridad prematura. Años después, ya de adulto sumiso, me di a la tarea de releerlo en serio, y no sólo fue el descubrimiento de un mundo propio que nunca sospeché dentro de mí, sino además una ayuda técnica invaluable para la libertad del lenguaje, el manejo del tiempo y las estructuras de mis libros”.


La metamorfosis

Franz Kafka

“Vega llegó una noche con tres libros que acababa de comprar, y me prestó uno al azar, como lo hacía a menudo para ayudarme a dormir. Pero esa vez logró todo lo contrario: nunca más volví a dormir con la placidez de antes. El libro era La Metamorfosis de Franz Kafka, en la falsa traducción de Borges publicada por la editorial Losada de Buenos Aires, que definió un camino nuevo para mi vida desde la primera línea, y que hoy es una de las divisas grandes de la literatura universal. […]


[…] Al terminar la lectura me quedaron las ansias irresistibles de vivir en aquel paraíso ajeno. El nuevo día me sorprendió en la máquina viajera que me prestaba el mismo Domingo Manuel Vega, para intentar algo que se pareciera al pobre burócrata de Kafka convertido en un escarabajo enorme”.


Las mil y una noches

“Hoy, repasando mi vida, recuerdo que mi concepción del cuento era primaria a pesar de los muchos que había leído desde mi primer asombro con Las mil y una noches. Hasta que me atreví a pensar que los prodigios que contaba Scherezada sucedían de veras en la vida cotidiana de su tiempo, y dejaron de suceder por la incredulidad y la cobardía realista de las generaciones siguientes. Por lo mismo, me parecía imposible que alguien de nuestros tiempos volviera a creer que se podía volar sobre ciudades y montañas a bordo de una esfera, o que un esclavo de Cartagena de Indias viviera castigado doscientos años dentro de una botella, a menos que el autor del cuento fuera capaz de hacerlo creer a sus lectores”.


La cabaña del tío Tom


“Fue una lástima no haber leído todavía a los nuevos novelistas norteamericanos, que apenas empezaban a llegarnos, pero tuve la suerte de que el doctor Vélez Martínez empezara con una referencia casual a La cabaña del tío Tom, que yo conocía bien desde el bachillerato. La atrapé al vuelo. Los dos maestros debieron sufrir un golpe de nostalgia, pues los sesenta minutos que habíamos reservado para el examen se nos fueron íntegros en un análisis emocional sobre la ignominia del régimen esclavista en el sur de los Estados Unidos”.


Moby Dick

“Gustavo Ibarra, con su visión compasiva del corazón caribe, se divirtió con mi relato de la noche en Barranquilla, mientras me daba cucharadas cada vez más cuerdas de poetas griegos, con la expresa y nunca explicada excepción de Eurípides. Me descubrió a Melville: la proeza literaria de Moby Dick, el grandioso sermón sobre Jonas para los balleneros curtidos en todos los mares del mundo bajo la inmensa bóveda construida con costillares de ballenas”.


La casa de los siete tejado

Nathaniel Hawthorne


“[Gustavo Ibarra] me prestó La casa de los siete tejados, de Nathaniel Hawthorne, que me marcó de por vida. Intentamos juntos una teoría sobre la fatalidad de la nostalgia en la errancia de Ulises Odiseo, en la que nos perdimos sin salida. Medio siglo después la encontré resuelta en un texto magistral de Milán Kundera”.


Edipo Rey, Sófocles; Pata de Mono, W.W. Jacob y Bola de sebo, Maupassan

“Mi escaso interés en los estudios fue más escaso aún después de la nota de Ulises, sobre todo en la universidad, donde algunos de mis condiscípulos empezaron a darme el título de maestro y me presentaban como escritor. Esto coincidía con mi determinación de aprender a construir una estructura al mismo tiempo verosímil y fantástica, pero sin resquicios. Con modelos perfectos y esquivos, como Edipo rey, de Sófocles, cuyo protagonista investiga el asesinato de su padre y termina por descubrir que él mismo es el asesino; como La pata de mono, de W.W. Jacob, que es el cuento perfecto, donde todo cuando sucede es casual; como Bola de sebo, de Maupassant, y tantos otros pecadores grandes a quienes Dios tenga en su santo reino”.


 
 
 

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